viernes, 20 de marzo de 2020

Historias de Terror Cortas: El Virus de la Ignorancia Colectiva


Un saludos desde la cuarentena que aún continua queridos amantes de las Historias de Terror Cortas de esta web.

Este relato que hoy comparto, nace a partir de la situación actual y la reacción de la gente ante lo que ya conocemos como la pandemia mundial.

No te entretengo más y te dejo con esta historia que sé que te gustará.

El virus de la ignorancia colectiva. Historia de Servando Clemens

Historias de Terror Cortas el virus de la ignorancia

Informaron en la radio que nadie debía salir de sus hogares ni de su lugar de trabajo durante las próximas 48 horas, así era el protocolo de emergencias.
El locutor dijo que había que aguantar en total encierro ya que una gigantesca nube venenosa que apareció de la nada estaba cubriendo los cielos de la urbe. Así que diez compañeros y yo nos atrincheramos en el centro comercial donde yo laboro en el departamento de vinos y licores.

—Yo pienso que esto va a durar más de lo previsto —nos explicó el gerente en la sala de reuniones—.

He sabido de buena fuente que la muchedumbre está saliendo de sus casas con el objetivo de saquear los supermercados. De modo que nos vamos a asegurar de que nadie entre o salga de este sitio.

—No ha salido un comunicado oficial del gobierno federal —refutó el subgerente, golpeando la mesa con su bolígrafo—. Nos estamos adelantando. Ya sabemos que los medios están manipulados.

—¿Qué está pasando? —preguntó la chica de contabilidad, casi llorando.

—Es un ataque bacteriológico, por supuesto —intervine sin estar seguro de lo que estaba diciendo—.

Yo pienso que debemos de sellar todas las ranuras para que no ingrese ni una mota de polvo o el virus se va a esparcir aquí dentro y todos nos vamos a enfermar.

—Yo me encargo de eso —dijo el guardia de seguridad y salió de la sala sin pedir permiso.

—Vigílalo de cerca —le murmuró el gerente al encargado de la farmacia—. No confío en él.

Me puse de pie y dije: —Entonces debemos racionar los alimentos y el agua.

—¡Ja, ja, ja! —Se burló Juan, el de limpieza—. ¿Racionar? Aquí hay alimento y agua para un mes entero.

—No es tanto como tú crees y algunos alimentos ya están caducados. Hace una semana que no surten los proveedores por razones que nadie sabemos y si duramos días aquí encerrados pronto se acabará todo.

—Bueno, ya —ordenó el gerente—. Vayamos a asegurar las entradas y salidas. Pero quiero que primeramente todos vayan a la farmacia y que se pongan cubrebocas y que se limpien las manos con agua y con jabón. No quiero infectados a mi lado.

Las personas de afuera empezaron a empujar la puerta principal y a golpear las ventanas con palos y piedras.

—Tenemos que defendernos —comenté—. Están por tumbar la puerta. ¡Son muchos y están desesperados!

—Yo sólo tengo una cachiporra y gas pimienta —dijo el guardia.

—Mira a tu alrededor —le contesté—. Aquí tenemos un arsenal, sólo piensa un poco, colega.

Nos pusimos manos a la obra y tomamos herramientas de la ferretería; rifles de postas, bates y palos de golf del área de deportes. La masa enloquecida quiso ingresar, pero lo impedimos; no quiero entrar en detalle referente a lo que hicimos para mantener a raya a los atracadores. Algunos tipos que lograron colarse sólo querían llevarse las televisiones y los teléfonos móviles.

El pandemónium duró varios días más y no era permitido salir por ningún motivo. Los soldados que no usaban uniforme oficial disparaban a los que no hacían caso a las medidas de contingencia. Una semana después el subgerente que estaba enfermo murió por falta de medicamentos y fue necesario meterlo a uno de los congeladores. Mirábamos por las ventanas los cadáveres que eran picoteados por aves carroñeras.

Ya no se veían camiones militares ni policías deambulando por las calles; sin embargo, nadie quería salir y arriesgarse a los gases tóxicos que provocaban una especie de rabia.

—Observen con atención —dije—. Los indigentes siguen vivos y comiendo basura de los contenedores. Quizá no haya tal virus o tal vez ya pasó. Deberíamos salir a verificar.

—Esos malvivientes ya tienen anticuerpos —dijo el muchacho de la farmacia—. Ellos también son peligrosos para nosotros. No te confíes.

—Posiblemente todo sea una mentira de los medios de comunicación.

—Ya les dije que nadie sale de aquí —ordenó el gerente que ya mostraba una cara de desquiciado.

¿Se preguntarán cómo salí de este manicomio? Dentro del centro comercial todos lucharon por lo poco que quedaba para comer y hubo más muertos y los sobrevivientes se enfermaron de los nervios. Guardé alimentos y agua en una mochila y me encerré en un baño por horas con cuchillo en mano hasta que me animé a huir por uno de los ductos del aire acondicionado.

Salí al techo con la cara cubierta y vi una ciudad desolada. La nube despareció del horizonte. Tomé una bicicleta abandonada en el estacionamiento y escapé hacia el bosque.

Ahora duermo debajo de un árbol y me alimento con lo que encuentro en el suelo, lo que puedo cazar con mis escasas habilidades y bebo agua del río. Me parece que alguien nos mintió, aunque no estoy seguro ni siquiera de mis argumentos.

Lo que sí creo fervientemente es que lo que más perjudicó a la sociedad fue la ignorancia y el egoísmo que permitió que la gente asesinara a puño limpio por un paquete de papel higiénico o por una botellita de gel antibacterial.


Esta Historia de Terror Corta fue escrita por Servando Clemens.


Comparte y Difunde

No hay comentarios.:

Publicar un comentario