viernes, 20 de marzo de 2020

Historias de Terror Cortas: Aquelarre


Un abrazo caluroso queridos amantes de las Historias de Terror Cortas de esta web.

El post de hoy llega con un relato situado en un bosque, en donde se llevará a cabo un ritual secreto. A pesar de ser corta esta historia es muy buena y te aseguro que te cautivará en las primeras lineas.

No te entretengo más y te dejo con esta gran historia.

Aquelarre. Historia de Marlon Jiménez

Historias de Terror Cortas aquelarre

Ahí estaba ella, escondida en los matorrales más gruesos de zarzas junto al claro del bosque, observando como una a una iban apareciendo muchas de las otras mujeres del pueblo, algunas ataviadas con ropas negras y otras, descubiertas, casi desnudas; mostrado sus pechos al aire y sus contorneadas figuras sin importar el inclemente frío del que se hacían presa en la noche; era luna nueva, por lo que las sombras del bosque eran cerradas y alargadas, casi sin dejar ver nada, de no ser por las antorchas con las que se guiaban en el camino las mujeres que iban llegando.
Eran ya un conglomerado de más de treinta mujeres puestas en un círculo alrededor de un túmulo de madera y musgos algo extraño y que ella desde las zarzas no podía distinguir bien.

Una de las mujeres, antorcha en mano se acercó al centro y encendió el túmulo, el cual ardió inclemente y rápidamente al contacto con las llamas, entonces distinguió una figura humana, hecha de mimbre que se quemaba rápidamente mientras las otras mujeres empezaban una danza aparentemente anacrónica y monótona, intrínsecamente anárquica de ritmos y compases, pero que paso a paso se alternaba con el avance hacia el centro de cada una de las mujeres, echando al fuego su antorcha.

Llamaba la atención que a pesar de que el túmulo central era de mimbre, no se descomponía ni se precipitaba al suelo consumido por las llamas a pesar de que llevaba algún tiempo ardiendo. La primera mujer se arrodilló frente al túmulo, se expuso totalmente desnuda y empezó a recitar armoniosamente, a manera de cadencia juglar un canto el cual ella no entendía, y no reconocía como otro idioma o dialecto, abundantes en aquellos parajes, por la cantidad de tribus indígenas que allí habitaban; cada cierto tiempo, una de las palabras eran repetidas al unísono por el coro que la rodeaba mientras seguían bailando desordenadamente y también se despojaban de sus ropas.

Lo que en un principio era curiosidad, se convirtió en una inevitable hipnosis que la hacía mirar cada vez más fijamente el contorneo de las llamas mientras se adentraba con todo lo que su agudeza visual le permitía dentro del mimbre ardiente, le pareció como si las llamas cambiaran de color de un amarillo intenso a un escarlata brillante y para su asombro vio como la figura ardiente se moviera dentro de las llamas, pero no con movimientos bruscos, sino con una cadencia suave de lado a lado, como si de repente estuviese vivo y además, disfrutara de las inclementes llamas.

El armazón de estacas de mimbre entrelazadas se empezó a llenar de sustancia y de carne mientras ardía y en el aire rebosaba el hedor a carne quemada y azufre a la vez que la figura de fuego daba un paso fuera del túmulo, hacia la mujer del centro que cantaba arrodillada y de cara al suelo, como haciéndole reverencia a aquella figura que de repente cobraba vida.

La figura levantó su mano derecha y las llamas se concentraron en ella dando forma a un cáliz maravilloso, de oro y piedras preciosas y dijo en un lenguaje todavía más extraño que el que cantó la mujer, una sola palabra; una palabra gutural y ensordecedora que abrumó al propio silencio del bosque circundante y las mujeres todas se detuvieron y callaron, cayendo también de rodillas al suelo, algunas notablemente excitadas con la aparición.

La mujer del centro levantó su cara entonces y dijo en el idioma natal de la gente del pueblo:

"¡Oh gran señor que acudiste a nosotros en esta hora de necesidad, ayúdanos en la guerra contra los indios, en la fertilidad y en la abundancia de nuestros cultivos!"

y ofreció su mano derecha a la figura ardiente que mientras ella hablaba iba apagando sus flamas y tomando una forma física, de grotescas facciones como si tuviera el rostro deformado por la lepra, sin orejas ni nariz con dos colmillos en espiral hacia afuera sobresalientes de la comisura de dos líneas oscuras y babeantes que parecían ser los labios y dos protuberancias, una en la frente y otra en la nuca que no dejaban de arder en llamas.

La criatura miró a la mujer y de un tajo de sus garras, le abrió el cráneo exponiendo la masa encefálica. Ella tuvo que contener su grito para no ser descubierta en la zarza en donde se escondía; su horror no supo diferenciarlo de su asombro al ver que la única que se escandalizó por la muerte de la mujer había sido ella, pues el resto que rodeaba el círculo sólo miraba.

La entidad se agachó y con su copa recogió sangre que chorreaba de la cabeza expuesta con el cuerpo aún de rodillas y con su otra mano tomó un puñado del cerebro y lo mascó en su boca para luego tomar un sorbo de la sangre en el cáliz.

De repente levantó la cabeza y de nuevo con su voz gutural lanzó un grito y señaló a las zarzas. Un escalofrío atroz recorrió la espalda de la joven hasta hacerla caer en temblores que paralizaron su huída. Se creyó perdida y descubierta cuando la horda de mujeres volteó hacia ella y rompieron el círculo para buscarla.

Cayó de rodillas y cubrió su cara con ambas manos mientras lloraba presa del miedo al pensar que ella sería el próximo sacrificio y apenas pudo darse cuenta que veinte saetas pasaron silbando mientras rompían el aire sobre su cabeza y desde la oscuridad tras de sí, para ensartarse en los cuerpos de las mujeres que venían por ella; aparecieron un puñado de guerreros indios, ataviados con penachos de plumas y pieles de animal atravesando con sus flechas y hachas de pedernal los cuerpos de las mujeres, haciendo de eso una masacre.

Los guerreros enardecidos por la profanación de su tierra y el insulto a sus ancestros con tal ritual, desollaron el cuero cabelludo de las mujeres ya muertas y el que parecía el jefe del grupo dijo en su idioma aborigen, amenazando al ente con su hacha "lárgate de nuestra tierra, espíritu inmundo o tomaremos tu cabeza como ofrenda a nuestra creadora, nuestros espíritus protectores y amos de la naturaleza nos hacen inmunes a ti, ¡¡no tienes ningún poder sobre nosotros!!".

La inmundicia hecha cuerpo, bufó dejando ver su odio e inyectando sus ojos en fuego, dijo en el idioma aborigen de ellos: "aún hay una bruja más en las zarzas detrás de ustedes" y se desvaneció en una llamarada.


Esta Historia de Terror Corta fue escrita por Marlon Jiménez.


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